Él la destruyó un dÃa tan frÃo que las
palabras se helaban antes de salir de los labios.
Le dijo que él no era chico de estar
atado, que era el tÃpico chico libre y salvaje. Que preferÃa un olor de piel
distinta cada noche. Y, que, en realidad, él no habÃa creÃdo nunca en el amor.
Y ella calló. Bajó la cabeza. Cerró esos verdes ojos suicidas, se mordió los labios y saboreó sus últimas palabras, sus últimos suspiros y sus últimos silencios.
Y ella calló. Bajó la cabeza. Cerró esos verdes ojos suicidas, se mordió los labios y saboreó sus últimas palabras, sus últimos suspiros y sus últimos silencios.
Porque la vida es asÃ. Destruye todos
esos cantos que se construyen en el aire y nos lleva por corrientes de agua
desconocidas. Y muchas veces nos ahogamos a prueba de volver a salvo. Y muchas
otras no, pero nunca decidimos.
Él diluyó los recuerdos en alcohol,
devolviendo ese color marrón de ojos que despertaban las muchas copas de Whisky que llevaba encima. Y ella prefirió ahogarlos en horas y horas de lágrimas.
Creyeron que dos corazones rotos podrÃan crear uno entero. Pero no. Dos corazones rotos juntos solo son más añicos que pegar y un hueco más que llenar.
Creyeron que dos corazones rotos podrÃan crear uno entero. Pero no. Dos corazones rotos juntos solo son más añicos que pegar y un hueco más que llenar.
Que la vida te lleve por donde te tenga
que llevar. Porque por mucho que creas que el chico de ojos marrones es el amor
de tu vida, si la vida decide que no lo es, no lo será.